Por
Guillermo Jaim Etcheverry
Frente a una cámara
de televisión dialogan, mientras recorren a pie las calles de Bolonia,
Florencia, Milán. De pronto el periodista pregunta a su interlocutor:
"Umberto Eco, usted que tiene tan amplia cultura..." Eco lo
interumpe "Cultura no. Lo que tengo es necesidad de conocimiento.
Necesidad de ampliar mi propia vida que es tan breve. Porque a través
del conocimiento al morir se puede haber vivido miles de vidas. Uno tiene
la infancia propia, pero con sólo quererlo puede tener la de Napoleón,
la de Julio César..."
Ampliar la vida. Vivir en una, miles de
vidas. Ver el mundo haciendo propias las experiencias de los demás.
Esa es la razón de ser del conocimiento. Porque si el hombre no
siente la necesidad de conocer, queda confinado al límite estrecho
de su experiencia personal. Lo hizo notar hace poco Julián Marías:
el desinterés actual por la cultura hace que el hombre carezca
de conocimiento histórico. Por eso no sabe dónde está,
de dónde viene ni quién es. Ignorancia que lo convierte
en dócil objeto de la manipulación. Porque es cierto que
el hombre de hoy tiene su cabeza llena de datos y opiniones. Pero las
opiniones las adquiere prefabricadas, son de otro, no pensadas. Y la avalancha
de datos que lo aturde más bien aleja al hombre del conocimiento.
¿Para que sirve aprender? El interrogante
no es nuevo. Hace 2300 años un jóven estudiante de geometría
preguntó a Euclides: "¿Qué es lo que ganaré
aprendiendo estas cosas?" El maestro llamó a su esclavo y
le dijo: "Dale unas monedas, pues parece que éste debe ganar
algo con lo que aprende". ¡Aquel alumno de Euclides es el que
está sentado en los bancos de la escuela actual! Pocos aprenden
por la experiencia irepetible y esencialemnte humana de entender, de intuir
la inteligibilidad del mundo. La preocupación central de nuestra
sociedad es que lo que aprenden los jóvenes les sirva. Y pronto.
Pero lo que sirve está cada vez más relacionado con la vida
profesional, con el ganar dinero. Después de todo, ¿para
que servirán a nuestros jóvenes Platón, Cervantes,
Shakespeare, Beethoven o Rembrandt?
En este mundo frío, la concepción
mercantilista de la vida poda cada mañana una nueva rama de lo
humano. Cuando nos mediocrizamos al desvalorar la cultura, lo más
grave es que con nuestro ejemplo escamoteamos a los jóvenes la
posibilidad de ser mejores personas. Que en eso consiste la cultura como
la definiera Juan Pablo II: "Aquello que impulsa al hombre a respetar
más a sus semejantes, a ocupar mejor su tiempo libre, a trabajar
con un sentido humano, a gozar de la belleza y amar más a su creador".
De alli que, concluye el Papa, "con la cultura se siembran gérmenes
de humanidad".
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